jueves, 10 de febrero de 2011





LA CASA CERRADA

Federico Fayerman
Veintidós de febrero de 2010


Llovía. Llovía en su corazón y en su memoria. Llovía sobre las tejas rotas de la casa familiar. La mansión donde vivió bendecida durante veinte años, y de donde salió maldita para siempre.
La casa tenía ocho dormitorios. En ellos nacieron y crecieron los seis hijos y la hija de Ricardo Ulloa. Clara fue la última en llegar.
Años después llegó la epidemia. Los dormitorios se fueron quedando vacíos e Inés, la madre, fue cerrándolos con llave. Una puerta tras otra. Una muerte tras otra.
Finalmente quedó la pequeña Clara, la niña de los ojos cansados, de la mirada triste. La hija consentida. La más querida.
La población de San Juan la componían blancos y negros al cincuenta por ciento. Aquellos los ricos; éstos los criados.
Y Clara se enamoró de un negro alargado, flaco y sonriente. Como sus padres no aceptaban la relación, Clara abandonó el hogar.
Entonces Ricardo Ulloa y su esposa, condenaron todas las ventanas y balcones, cerraron con llave el octavo dormitorio y sellaron desde dentro y para siempre la puerta de la calle.

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