sábado, 26 de febrero de 2011


MADRID ENTRE LINEAS

Han sido unos cuantos meses de gestación, pero por fin el fruto ya está entre nosotros.
Lo fecundamos una tarde de tertulia, entre todos y con una enorme ilusión. Cada uno pusimos cinco mil palabras de nuestra cosecha literaria y todas unidas formaron un enorme espermatozoide que voló raudo hacia la editorial
No todo fue fácil, hubo que corregirlo, pulirlo, maquetarlo y esperar impacientes a que tomara la forma definitiva.
Y llegó el alumbramiento. El editor nos llamó una mañana y nos dijo: ¡Ha sido libro! Y las siete madres y los cuatro padres de la criatura nos reunimos en alegre tertulia y entre todos le buscamos un nombre:
–Se llamará “Madrid entre Líneas” y con nuestro amor de padres y el apoyo de sus lectores, será feliz.
Y nos tomamos unas cañas a la salud de este hijo-libro y pensamos que la mejor forma de criarlo sería con nuestros familiares y amigos.
Esperamos que crezca sano y tenga más hermanos con el correr de los años.

viernes, 25 de febrero de 2011


HUELLAS
Marta Cabezas Ruiz
Las nubes amenazaban un día gris. Y así lo fue. El primer día que Tliab salió a cazar con su padre marcó su vida para siempre. Nada más abandonar la cueva y dirigirse a la hondonada desde donde observarían la manada de gacelas Tliab resbaló por unas rocas despeñándose por una ladera escarpada. El brutal golpe en la cabeza le dejó la mitad del cuerpo paralizada salvando milagrosamente su vida. Desde entonces ni su brazo ni su pierna izquierda responderían nunca más a las órdenes dictadas por su cerebro.
Asombrosamente Tliab creció como un niño más. Cuando sus amigos corrían o saltaban él arrastraba torpemente su pierna izquierda ayudándose de su brazo derecho mientras su brazo izquierdo se balanceaba pendiendo del hombro como si del badajo de una campana se tratara. Desarrolló una prodigiosa capacidad para manejarse sólo con una mano y una pierna, sin embargo nunca pudo dedicarse a las tareas asignadas para los hombres como él. A cambio realizaba ejemplarmente las tareas normalmente establecidas para las mujeres como la recolección, búsqueda de agua o cuidado de los niños y enfermos. Sus padres le querían como a un hijo más y sus hermanos, familiares y amigos nunca sintieron compasión de él sino profunda admiración y orgullo. Sin embargo, calladamente, Tliab siempre se sintió inferior. Anhelaba cazar como los demás; muchas noches antes de dormir fantaseaba con la imagen de llegar al poblado arrastrando un pesado bisonte y siendo alabado por todos sus familiares. Durante sus sueños pulía delicadamente las piedras con las que elaboraba afiladas lanzas, también mezclaba barro, sangre y grasa para ornamentar su cuerpo como tantas veces había visto hacer. Pero al despertar siempre eran otros los que salían al acecho de las bestias y él comenzaba el día tragando sus lágrimas de pura impotencia.
La noche en que celebraron los festejos por la muerte del anciano Tleon, mientras la multitud ovacionaba las danzas, Tliab se retiró silenciosamente del grupo y se dirigió hacia la cueva donde almacenaban los animales cazados, aquella en la que de pequeño su abuelo le contaba las leyendas de sus antepasados cazadores. Tliab sabía que nunca llegaría a formar parte de esas historias que daban aliento a sus gentes, sabía que por mucho que quisiera su existencia nunca dejaría huella. Al llegar allí, sentado en una piedra, lloró. Durante largo rato y sin pudor lloró desconsoladamente. Después se quedó dormido y al despertar, mirando al techo de la cueva, pensó en hacer algo que nunca nadie había hecho antes. Reunió carbón vegetal, arcilla, sangre y grasa de animal. Estudió el relieve de las paredes y techo que tenía frente a él y se dejó llevar.

jueves, 24 de febrero de 2011


EL TELÉFONO EN EL CORREDOR ILUMINADO

F.J.Fayerman
Quince de octubre de 2010

Llevaban cinco años alejados y esta era la primera vez que hablaban. Los reproches de antaño se habían convertido de repente en palabras compasivas, aunque él no recordaba habérselas pedido. Su relación fue turbulenta, las discusiones se repetían a diario y siempre era él quien cedía y buscaba la reconciliación. Pero al día siguiente volvía a ocurrir y eso terminó hartando a Robert, que optó por marcharse a un hotel unos días para intentar serenarse.
Una semana después regresó a casa y encontró, como ya sospechaba, a Gretchel en brazos de otro hombre.
La comunicación se cortó repentinamente, y el sueño se le escapó al abrir los ojos. Sólo, en la oscuridad de la celda, tumbado sobre la cama deshecha, Robert esperaba impaciente el sonido afilado y terco del teléfono salvador.
Aquella noche no pudo probar bocado. Ni siquiera pudo mojarse los labios con el excelente vino que tenía delante y que había derramado sobre el mantel, tiñéndolo de rojo sangre. El teléfono, impasible, seguía callado.
El teléfono en el corredor iluminado. Silencioso.
Y el teléfono siguió mudo durante toda la noche, hasta que al amanecer, tres descargas de dos mil voltios, rompieron definitivamente el corazón de Robert.

jueves, 10 de febrero de 2011





LA CASA CERRADA

Federico Fayerman
Veintidós de febrero de 2010


Llovía. Llovía en su corazón y en su memoria. Llovía sobre las tejas rotas de la casa familiar. La mansión donde vivió bendecida durante veinte años, y de donde salió maldita para siempre.
La casa tenía ocho dormitorios. En ellos nacieron y crecieron los seis hijos y la hija de Ricardo Ulloa. Clara fue la última en llegar.
Años después llegó la epidemia. Los dormitorios se fueron quedando vacíos e Inés, la madre, fue cerrándolos con llave. Una puerta tras otra. Una muerte tras otra.
Finalmente quedó la pequeña Clara, la niña de los ojos cansados, de la mirada triste. La hija consentida. La más querida.
La población de San Juan la componían blancos y negros al cincuenta por ciento. Aquellos los ricos; éstos los criados.
Y Clara se enamoró de un negro alargado, flaco y sonriente. Como sus padres no aceptaban la relación, Clara abandonó el hogar.
Entonces Ricardo Ulloa y su esposa, condenaron todas las ventanas y balcones, cerraron con llave el octavo dormitorio y sellaron desde dentro y para siempre la puerta de la calle.