viernes, 17 de junio de 2011


RELATEANDO, es el título del libro de relatos que hemos escrito y publicado los componentes del Colectivo Renglones de Ficción. Es un trabajo de trece relatos plasmados en papel por Yolanda Briones, Marta y María Cabezas, Esther Cambronero, Cristina Cardeñoso, Roberto N. Luis Díaz,José Ricardo Maceiras, Helena MRoldán, Marta Ónega, Hatoros, Walda Santos y F.J.Fayerman.
En este blog iré pegando un relato cada semana, para que todos los seguidores podáis conocerlos.
Gracias a todos.

lunes, 14 de marzo de 2011


DESDE MI ATALAYA
Federico Fayerman

Evidentemente Ulises no estaba pasando por el mejor momento de su vida, entre otras cosas porque su vida se había acabado unas horas antes. Pero el escenario que tenía delante, al otro lado de la cristalera, era algo con lo que nunca había contado.
Desde su incomodísimo féretro de madera de pino, se dispuso a contemplar las reacciones de los familiares y amigos que se acercaran a velarle. Era, pensó, el examen a su paso por el mundo de los vivos y le apetecía conocer la nota final.
Aunque ya conocía por anteriores visitas las salas del Tanatorio, esta vez se le mostraba diferente, seguramente porque la perspectiva era completamente nueva. Tenía la sensación de ser el protagonista de una película y estar desde la pantalla viendo el patio de butacas.
Se abrieron las puertas y como si de un primer día de rebajas se tratara, un grupo de personas entraron a la vez en la sala. En primera posición su actual mujer llevando de la mano a su hijo de 14 años Benjamín. Era el único hijo de ambos ya que los otros tres, que también entraron en la sala en la misma tanda, eran fruto del primer matrimonio de Ulises.
Lola guió a su hijo hasta un sofá situado justo enfrente del escaparate y se dispuso a recibir los pésames de todos aquellos que habiendo sufrido a Ulises en vida, fueran capaces de llorar su muerte.
Rubén, Simeón y José, sus tres hijos mayores tenían respectivamente 30, 28 y 27 años y hacía 14 años que no habían vuelto a ver a su padre, exactamente desde que abandonó el hogar conyugal para irse a vivir con Lola, una rubia que estaba buenísima y además era casualmente 30 años mas joven que Ulises .
Era la una del mediodía y antes de que llegara más gente, los tres hermanos optaron por salir a la calle con el pretexto de ir a aparcar bien los coches.
–Estos van a celebrarlo al bar de enfrente, –pensó Ulises, –aunque poco van a poder celebrar con la herencia que les he dejado –siguió pensando, y después sonriendo hacia dentro trató de adivinar sus caras cuando el notario leyera el testamento y les dijera que no quedaba nada de nada.
Siguió llegando gente, viejos amigos, compañeros del trabajo, primos y por fin aparecieron sus amigos Carlos y Rosita. Ella con un abrigo de leopardo y minifalda a juego. Pese a sus cincuenta años se conservaba esplendida. Calzaba botas de tacón de aguja y camiseta con escote de pico que mostraba el canalillo hasta la desembocadura. Se acercaron a la ventana con vistas a su cadáver. Sus caras reflejaban sentimientos opuestos. En el rostro de Rosita le pareció adivinar un gesto de alivio y en el de Carlos lo de siempre, prepotencia, chulería y vanidad. Por algo presumía que su mujer era la que estaba más buena de la pandilla de amigos. –Serás gilipollas, –pensó Ulises. –Si supieras las veces que me la tirado no irías tan gallito.
Detrás de ellos apareció Jordi, su cuñado y responsable de la calidad y confort del ataúd; se lo imaginó encargándolo. –Nos quedamos con el modelo A-1, el mas barato. Los muertos no necesitan ostentaciones ni comodidades, total va a ir al crematorio.
Poco a poco la sala se fue llenando, todos buscaban a Lola y hacían como que contemplaban un momento al finado. Pésames y más pésames. Ulises empezaba a aburrirse,, así que comenzó a contabilizar mentalmente en dos columnas imaginarias, los pésames que le parecían sinceros y los que no y cuando los falsos iban ganando por mayoría absoluta, dejó de contar pues se había dado cuenta de lo cabroncete que había sido en vida.
Ahora le tocaba el turno a Mr. Douglas Whitaker, Director General de la WTT Corporation, empresa en la que había trabajado Ulises los últimos 10 años como Contable. Le acompañaba Rodríguez, a la sazón Jefe de Contabilidad, hombre de confianza del Director y cabeza de turco cuando se enteraran del desfalco que había cometido Ulises durante los últimos seis meses del ejercicio contable. El infarto mortal le había pillado con tres billetes para Brasil en el bolsillo.
Al rato apareció su primera esposa, Angelines, rodeada de sus tres hijos que presentaban unos ojos sospechosamente enrojecidos, y no precisamente por efecto de haber estado llorando su muerte. Fue directamente al escaparate y ocultándose detrás de sus vástagos, le obsequió con un corte de mangas digno del más afamado modisto. Después fue a sentarse al sofá contiguo al de Lola, siempre acompañada de sus querubines, cuyas caras habían cambiado de expresión al ver la cantidad de joyas que lucía ésta. Rubén susurró algo al oído de su madre y ésta, escopetada, se levantó y arrancó del cuello de Lola el collar de perlas, collar que había desaparecido de su casa al mismo tiempo que Ulises. Las perlas saltaron botando en todas direcciones y durante un rato lo único que vio Ulises desde su posición fueron culos y coronillas, mientras sus dos esposas se liaban a bolsazos y tirones de pelo. Rodaron por el suelo a la vez que la peluca de Angelines y las lentillas de Lola. Benjamín intentó ayudar a su madre y se ganó un tortazo de su hermanastro José. Su histérico llanto se unió a los insultos, ofensas y humillaciones que sufría Lola de parte de la primera familia de Ulises.
Poco a poco la sala se fue vaciando, algunos salían por miedo a que les llegara algún golpe mal dirigido y otros abochornados por el espectáculo.
Ulises se quedó solo. La sala presentaba un aspecto devastador, sillones volcados, cuadros caídos y hasta un salivazo en el cristal del difunto cuyo autor Ulises no alcanzó a ver.
Las cortinillas del escaparate se cerraron y se apagaron las luces de la sala.
En el interior de la caja, lo que los forenses denominarían “espasmo cadavérico” “afectó extrañamente solo al dedo corazón de la mano derecha de Ulises, quizá como señal de despedida.

sábado, 26 de febrero de 2011


MADRID ENTRE LINEAS

Han sido unos cuantos meses de gestación, pero por fin el fruto ya está entre nosotros.
Lo fecundamos una tarde de tertulia, entre todos y con una enorme ilusión. Cada uno pusimos cinco mil palabras de nuestra cosecha literaria y todas unidas formaron un enorme espermatozoide que voló raudo hacia la editorial
No todo fue fácil, hubo que corregirlo, pulirlo, maquetarlo y esperar impacientes a que tomara la forma definitiva.
Y llegó el alumbramiento. El editor nos llamó una mañana y nos dijo: ¡Ha sido libro! Y las siete madres y los cuatro padres de la criatura nos reunimos en alegre tertulia y entre todos le buscamos un nombre:
–Se llamará “Madrid entre Líneas” y con nuestro amor de padres y el apoyo de sus lectores, será feliz.
Y nos tomamos unas cañas a la salud de este hijo-libro y pensamos que la mejor forma de criarlo sería con nuestros familiares y amigos.
Esperamos que crezca sano y tenga más hermanos con el correr de los años.

viernes, 25 de febrero de 2011


HUELLAS
Marta Cabezas Ruiz
Las nubes amenazaban un día gris. Y así lo fue. El primer día que Tliab salió a cazar con su padre marcó su vida para siempre. Nada más abandonar la cueva y dirigirse a la hondonada desde donde observarían la manada de gacelas Tliab resbaló por unas rocas despeñándose por una ladera escarpada. El brutal golpe en la cabeza le dejó la mitad del cuerpo paralizada salvando milagrosamente su vida. Desde entonces ni su brazo ni su pierna izquierda responderían nunca más a las órdenes dictadas por su cerebro.
Asombrosamente Tliab creció como un niño más. Cuando sus amigos corrían o saltaban él arrastraba torpemente su pierna izquierda ayudándose de su brazo derecho mientras su brazo izquierdo se balanceaba pendiendo del hombro como si del badajo de una campana se tratara. Desarrolló una prodigiosa capacidad para manejarse sólo con una mano y una pierna, sin embargo nunca pudo dedicarse a las tareas asignadas para los hombres como él. A cambio realizaba ejemplarmente las tareas normalmente establecidas para las mujeres como la recolección, búsqueda de agua o cuidado de los niños y enfermos. Sus padres le querían como a un hijo más y sus hermanos, familiares y amigos nunca sintieron compasión de él sino profunda admiración y orgullo. Sin embargo, calladamente, Tliab siempre se sintió inferior. Anhelaba cazar como los demás; muchas noches antes de dormir fantaseaba con la imagen de llegar al poblado arrastrando un pesado bisonte y siendo alabado por todos sus familiares. Durante sus sueños pulía delicadamente las piedras con las que elaboraba afiladas lanzas, también mezclaba barro, sangre y grasa para ornamentar su cuerpo como tantas veces había visto hacer. Pero al despertar siempre eran otros los que salían al acecho de las bestias y él comenzaba el día tragando sus lágrimas de pura impotencia.
La noche en que celebraron los festejos por la muerte del anciano Tleon, mientras la multitud ovacionaba las danzas, Tliab se retiró silenciosamente del grupo y se dirigió hacia la cueva donde almacenaban los animales cazados, aquella en la que de pequeño su abuelo le contaba las leyendas de sus antepasados cazadores. Tliab sabía que nunca llegaría a formar parte de esas historias que daban aliento a sus gentes, sabía que por mucho que quisiera su existencia nunca dejaría huella. Al llegar allí, sentado en una piedra, lloró. Durante largo rato y sin pudor lloró desconsoladamente. Después se quedó dormido y al despertar, mirando al techo de la cueva, pensó en hacer algo que nunca nadie había hecho antes. Reunió carbón vegetal, arcilla, sangre y grasa de animal. Estudió el relieve de las paredes y techo que tenía frente a él y se dejó llevar.

jueves, 24 de febrero de 2011


EL TELÉFONO EN EL CORREDOR ILUMINADO

F.J.Fayerman
Quince de octubre de 2010

Llevaban cinco años alejados y esta era la primera vez que hablaban. Los reproches de antaño se habían convertido de repente en palabras compasivas, aunque él no recordaba habérselas pedido. Su relación fue turbulenta, las discusiones se repetían a diario y siempre era él quien cedía y buscaba la reconciliación. Pero al día siguiente volvía a ocurrir y eso terminó hartando a Robert, que optó por marcharse a un hotel unos días para intentar serenarse.
Una semana después regresó a casa y encontró, como ya sospechaba, a Gretchel en brazos de otro hombre.
La comunicación se cortó repentinamente, y el sueño se le escapó al abrir los ojos. Sólo, en la oscuridad de la celda, tumbado sobre la cama deshecha, Robert esperaba impaciente el sonido afilado y terco del teléfono salvador.
Aquella noche no pudo probar bocado. Ni siquiera pudo mojarse los labios con el excelente vino que tenía delante y que había derramado sobre el mantel, tiñéndolo de rojo sangre. El teléfono, impasible, seguía callado.
El teléfono en el corredor iluminado. Silencioso.
Y el teléfono siguió mudo durante toda la noche, hasta que al amanecer, tres descargas de dos mil voltios, rompieron definitivamente el corazón de Robert.

jueves, 10 de febrero de 2011





LA CASA CERRADA

Federico Fayerman
Veintidós de febrero de 2010


Llovía. Llovía en su corazón y en su memoria. Llovía sobre las tejas rotas de la casa familiar. La mansión donde vivió bendecida durante veinte años, y de donde salió maldita para siempre.
La casa tenía ocho dormitorios. En ellos nacieron y crecieron los seis hijos y la hija de Ricardo Ulloa. Clara fue la última en llegar.
Años después llegó la epidemia. Los dormitorios se fueron quedando vacíos e Inés, la madre, fue cerrándolos con llave. Una puerta tras otra. Una muerte tras otra.
Finalmente quedó la pequeña Clara, la niña de los ojos cansados, de la mirada triste. La hija consentida. La más querida.
La población de San Juan la componían blancos y negros al cincuenta por ciento. Aquellos los ricos; éstos los criados.
Y Clara se enamoró de un negro alargado, flaco y sonriente. Como sus padres no aceptaban la relación, Clara abandonó el hogar.
Entonces Ricardo Ulloa y su esposa, condenaron todas las ventanas y balcones, cerraron con llave el octavo dormitorio y sellaron desde dentro y para siempre la puerta de la calle.